La Biblia constituye la revelación del soberano plan de salvación decretado y, por ende, predestinado antes de la fundación del mundo. Dicha revelación nos fue dada por inspiración de Dios Espíritu Santo a través de santos hombres que fueron llamados para dicho propósito. Por lo tanto, tanto los treinta y nueve libros que constituyen el Antiguo Testamento como los veintisiete libros del Nuevo Testamento constituyen la totalidad de todo el consejo de Dios.
Los libros del Antiguo Testamento son:
Génesis
Éxodo
Levítico
Números
Deuteronomio
Josué
Jueces
Ruth
I Samuel
II Samuel
I Reyes
II Reyes
I Crónicas
II Crónicas
Esdras
Nehemías
Ester
Job
Salmos
Proverbios
Eclesiastés
Daniel
Oseas
Joel
Amós
Abdías
Jonás
Miqueas
Nahum
Cantar de los Cantares
Isaías
Jeremías
Lamentaciones
Ezequiel
Habacuc
Sofonías
Hageo
Zacarías
Malaquías
Los libros del Nuevo Testamento son:
Mateo
Marcos
Lucas
Juan
Hechos de los Apóstoles
Romanos
I Corintios
II Corintios
Gálatas
Efesios
Filipenses
Colosenses
I Tesalonicenses
II Tesalonicenses
I Timoteo
II Timoteo
Tito
Filemón
Hebreos
Santiago
1 Pedro
2 Pedro
1 Juan
2 Juan
3 Juan
Judas
Apocalipsis
Las Sagradas Escrituras como palabra de Dios, son verdaderas y no hay error en ellas. Su contenido se centra en el establecimiento del reino de Dios mediante el plan de salvación de Dios Padre, la obra de redención de Dios Hijo y la labor eficaz de Dios Espíritu Santo. Por providencia divina, la Biblia ha sido preservada como testimonio y fundamento de la fe de todos los creyentes. Constituye la autoridad suprema y final en materia de fe, así como en todas las áreas de la vida de los hombres. Debe ser traducida a cada lengua o dialecto con el propósito de ser estudiada, enseñada y predicada a todas las naciones de la tierra. La palabra de Dios, junto a la obra eficaz del Espíritu Santo, forma los dos componentes esenciales en la salvación, porque la palabra de Dios testifica la obra de redención de Jesucristo y el Espíritu Santo la lleva al corazón en la regeneración para arrepentimiento y fe. Los libros contenidos en la Biblia, además de ser útiles en todas las áreas del saber, son vitales en la obra de la santificación del creyente, pues ella no se limita a llevar al hombre a la salvación en Cristo, sino que también continúa obrando en el creyente la obra de la santificación. Por lo tanto, la palabra de Dios es instrumental en la renovación del entendimiento del discípulo, a fin de que este se conforme a la buena voluntad de Dios.
Pasajes para estudiar: Sal 19:7; 1 Ts 2:13; 2 Tm 3:16; 2 P 1:21; Ro 10:14; 1 Co 1:21; Ef 4:22-24
La palabra "Trinidad" es fundamental para el cristianismo, aunque dicha expresión o término no aparece en la Biblia. El término, acuñado por la Iglesia, pretende resumir dos de los aspectos más importantes revelados en la Biblia sobre la Deidad: la unidad, que establece que hay un solo Dios, y la diversidad, que se refiere a las tres personas de la Deidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La Biblia no enseña el triteísmo, esto es, la existencia de tres dioses separados que juntos forman un solo Dios. Las Escrituras describen la relación de un único Dios en el cual subsisten tres personas y no la relación entre tres dioses. La Biblia tampoco enseña el modalismo, que es la creencia en un solo Dios que se expresa o se manifiesta a través de tres personas.
La teología bíblica expone que la esencia del Dios de la Biblia es indivisible; no obstante, cada subsistencia dentro de la esencia posee la misma naturaleza y atributos divinos. Por consiguiente, es posible hablar del Padre como Dios, del Hijo como Dios y del Espíritu Santo como Dios, sin hablar de tres Dioses. Dado que la Biblia no explica cómo subsisten estas tres personas dentro del único Dios, se debe tener cuidado de no intentar ir más allá del misterio de la esencia de la Deidad.
Pasajes para estudiar: Dt 6:30; Neh 9:6; Sal 18:31; Mt 28:19; Jn 17:3; 14:16, 26; 15:26; Hch 2:33; Ro 3:30; 2 Co 13:14; 1 Tm 2:5; 1 Jn 5:7
Existe únicamente un Dios verdadero, creador de todo cuanto existe, quien sostiene y gobierna soberanamente sobre toda su creación. Todo cuanto sucede ha sido previamente ordenado y diseñado para cumplir sus propósitos y para que sea glorificado en todo. Su creación comunica algunos de los atributos de Dios, tales como su deidad, bondad, omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia, pero no puede darnos a conocer ni guiarnos a la salvación. Su naturaleza espiritual y atributos divinos, así como su propósito eterno con relación a su creación, nos han sido revelados por él mismo a través de las Sagradas Escrituras. La revelación completa de Dios se halla en la persona y en la obra redentora de Dios el Hijo, quien lo ha dado a conocer; sin embargo, la aplicación de la obra salvífica es la obra de Dios Espíritu Santo. Las tres personas de la Deidad reveladas en la Biblia son uno en esencia, naturaleza, perfección y atributos.
Pasajes para estudiar: Gn 1:1, 26; Jer 10:10; Mt 3:16-17; 28:19; He 11:3
Jesucristo, el Hijo de Dios, es aquel por quien todas las cosas fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. Es la Simiente sobre la cual Dios escogió un pueblo desde antes de la fundación del mundo. Es la Simiente sobre la cual muchas familias de la tierra serían bendecidas, como lo fue Abraham por medio de la fe. Es el segundo Adán, quien vendría a recuperar el dominio sobre la creación que Dios le había entregado al primer Adán, el cual perdió cuando desobedeció a Dios y fue expulsado del reino de Dios o huerto en el Edén. Es el Rey prometido a David que vendría de su linaje en cuanto a la carne, pero quien, a su vez, sería llamado Hijo de Dios. Es el Mesías, el Ungido, el Cristo prometido en el Antiguo Testamento.
Jesucristo, se encarnó siendo el Cordero predestinado antes de la fundación del mundo para la salvación de todos los hijos que el Padre le dio. Vino al mundo como cien por ciento Dios y hombre para llevar a cabo la obra de la redención. Vivió una vida sin pecado y se dio a sí mismo sobre la cruz por los pecados de su pueblo. Resucitó corporalmente al tercer día, obteniendo eterna salvación para sus hijos. Es Salvador de aquellos a quienes, habiendo nacido de nuevo de Dios, les es otorgado el don del arrepentimiento y de la fe en su nombre. Cumplió en su primera venida el nuevo pacto y ascendió al cielo, reinando a la derecha del Padre hasta que regrese por segunda vez para juzgar el mundo y reunir a todo su pueblo para siempre.
Pasajes para estudiar: Jn 1:1-13; Gn 3:15; 12:3; Gn 1:29-30; Sal 8; He 2:6-9; 2 S 7:12-14; Ro 1:1-3; Gn 49:10; Mt 1:18-25; Hch 2:32-35; 1 Co 15:3; 2 Co 5:21; 1 P 1:18-21
El Espíritu Santo es una de las tres Personas que coexisten o subsisten en la esencia de la Deidad. Su obra principal en la redención se centra en la aplicación eficaz de la regeneración en el corazón de aquellos que heredarían la salvación, según el soberano decreto de Dios. Es quien actúa en los creyentes, de manera que puedan entender el mensaje del evangelio, para ser conducidos al arrepentimiento y a la fe salvadora en la persona y obra de Jesucristo.
El Espíritu Santo reside o vive dentro de cada creyente, santificándole, dándole sabiduría para andar en la verdad y poder y dirección para cumplir con la voluntad de Dios. Es quien provee los dones a los creyentes, para la edificación y extensión de la iglesia sobre la faz de toda la tierra. Es las arras o garantía de la herencia y perseverancia de los santos, hasta el estado final de glorificación en la eternidad de todos y cada uno de los santos.
Pasajes para estudiar: Mt 28:19; 13:11-16; Jn 16:7,11; Hch 5:3-4; Ro 8:9; Ef 1:13-14; 1 Co 12:12-14
El hombre fue creado por Dios a su imagen, lo que significa que posee algunos de los atributos comunicables de Dios, como la inteligencia, la justicia, la bondad y la conciencia, entre otros. No obstante, la imagen también representa su deber de multiplicarse y de ejercer dominio sobre la faz de la tierra como virrey, para la gloria de Dios. Dicha imagen quedó corrompida en su totalidad por causa de la rebelión de Adán, quien, como cabeza representativa de la humanidad, dejó a su posteridad sumida en el pecado y en la muerte. Por consiguiente, el hombre tiende, por naturaleza, de continuo al mal, viviendo únicamente para satisfacer sus propios deseos malignos.
Dios, en la eternidad, conociendo las implicaciones del pecado sobre la humanidad, decidió salvar soberanamente a muchos por pura gracia a través de la obra redentora de Jesucristo; perdonándolos, adoptándolos y dándoles eternidad con la esperanza de un cielo y una tierra nueva.
Pasajes para estudiar: Gn 1:27-31; 3:1-24; Ecl 7:29; Ro 5:12; 1 Co 15:21; Ef 2:8-9; Col 2:13; Ap 21:1-4
El matrimonio no fue creado por el hombre a lo largo de su historia, sino que fue instituido desde el inicio de la creación por Dios, quien busca una descendencia. Se trata de una relación monógama en un contexto heterosexual, lo que implica que es una unión entre un hombre y una mujer en una relación de pacto sagrado ante Dios de por vida, dado que Dios repudia el repudio o divorcio. Los creyentes están llamados a contraer matrimonio con otros creyentes; de lo contrario, la unión resultaría en un yugo desigual. Aquellos que, tras haberse unido en matrimonio, son llamados por Dios a salvación no deben abandonar a su cónyuge inconverso, sino buscar ganarlo sin palabras para su Señor.
La relación matrimonial reconoce la valía e igualdad de ambos cónyuges ante Dios, así como su deber de sujetarse voluntariamente al orden establecido para esta. En la relación marital, el marido, creado primero, es cabeza de su mujer. Esto significa que tiene el deber sagrado de amarla y protegerla, así como Cristo ama a la iglesia. La esposa, creada para ser ayuda idónea de su marido, es llamada a sujetarse al liderazgo de su esposo sin temor. El cumplimiento de dicha tarea radica en que ambos se complementen y trabajen juntos para llevar a cabo el plan de Dios sobre la tierra.
El propósito primordial del matrimonio es la consagración en unidad de los cónyuges para cumplir con lo ordenado por Dios respecto a su creación. Por lo tanto, su principal objetivo es la gloria de Dios, la cual se alcanza a través de la formación de hombres que, como imágenes de Dios, serán instruidos en los preceptos divinos: los hijos.
Pasajes para estudiar: Gn 1:28; 2:20; 3:16; Mal 2:14-16; Ef 5:21-26; 1 Co 7; 11:3; 1 P 3:1-6; 2 Co 6:14; 1 Tm 2:11-14
La familia es la institución más importante de la sociedad, cuyo núcleo es el matrimonio. La función principal de este se centra en la formación de hijos que lleguen a conocer a Dios y a que vivan para su gloria. Los hijos luego de la caída en pecado del primer Adán nacen con un corazón dado a la necedad y a la rebeldía, por lo que los padres deben comenzar desde temprano a educar, corregir y disciplinar a sus hijos. Esta responsabilidad es indelegable, pues son los padres los responsables de su crianza y formación para la vida marital y la sociedad. Por consiguiente, el primer ministerio del padre reside en dirigir su hogar, de manera que honre a Dios. Así como Josué dijo que él y su casa servirían a Jehová.
Los padres cristianos tienen la responsabilidad de criar a sus hijos en el temor de Dios, a través de la enseñanza de la palabra de Dios en el hogar de manera constante. El esposo está llamado a proveer no solo lo necesario para el sustento de su familia, sino también a cumplir con su tarea como sacerdote de su casa. La responsabilidad del esposo no se limita a proveer lo necesario para la vida mediante su trabajo, sino que también incluye la educación y dirección de su hogar para la gloria de Dios. Es, en este sentido, un misionero de Dios en su hogar. Por lo tanto, deberá ser un modelo de lo que enseña a sus hijos y, a su vez, estar consciente de que es su deber testificarles continuamente acerca de su necesidad de salvación. La función principal de la esposa radica en edificar su hogar y ser la ayuda idónea de su esposo. Los hijos se encuentran bajo sujeción a sus padres hasta el día en que abandonan el hogar para formar una nueva familia; sin embargo, la honra a los padres no finaliza con esta partida.
Pasajes para estudiar: Dt 2:24; 6:5-9; Jos 24:15; Ef 6:1-4; Col 3:20-21; 1 Tm 2:15; 5:8; Tit 2:4-5
La salvación solo es posible por un milagro de Dios, ya que el hombre, en su estado caído, es depravado, corrupto y, por lo tanto, está totalmente inhabilitado para querer venir a Dios en arrepentimiento y fe. La regeneración del corazón, o el cambio de su corazón de piedra por uno de carne, ocurre previo a la salvación; sin esta regeneración, el individuo quedaría sumido en su propia maldad o pecaminosidad.
Dios predestinó la salvación desde antes de la fundación del mundo para aquellos que, según el puro afecto de su voluntad, eligió en Cristo por gracia. Por consiguiente, Dios no hace posible la salvación; Él salva a aquellos que predestinó mediante la obra redentora de Su Hijo. La salvación ocurre dentro del tiempo designado por Dios para cada uno, mediante la obra de la regeneración en el corazón del hombre o el nuevo nacimiento por el Espíritu Santo. Esta obra prepara a los elegidos para que, al momento de oír el mensaje del evangelio, puedan responder en verdadero arrepentimiento y fe para ser salvos. Por consiguiente, el hombre no coopera en su salvación, sino que responde a la misma en virtud de la obra realizada por Dios.
En la salvación, el pecador recibe la justificación o la absolución total de todos sus pecados: pasados, presentes y futuros. Es preparado para la obra de santificación, en la cual es conformado a la imagen de Jesús y recibe la esperanza de su glorificación o seguridad eterna con Cristo. La santificación y la perseverancia deben evidenciarse en la vida de aquellos que han recibido la salvación, ya que son distintivos de los que han sido salvos.
Pasajes para estudiar: Ef 1:4-7; 1 P 1:18-21; Jn 1:12; 3:3-8; Ef 2:1 -10; Ro 8:29-30; Fil 1:6; Jn 10:27-29; Jud 24; 2 Tm 1:12
El hombre fue creado para existir más allá de la vida temporal, en uno de dos lugares de destino eterno: el cielo nuevo y la tierra nueva, o el infierno. Dios estableció que los hombres mueran una sola vez y, después de esto, el juicio. De este lado de la historia, unos son salvos por la gracia de Dios mediante la redención que es en Cristo Jesús, a través de la obra eficaz del Espíritu Santo; mientras que otros reciben las primicias del juicio divino al ser dejados en las tinieblas de su propio pecado, para posterior condenación eterna.
La Biblia no enseña la errónea doctrina de la aniquilación del alma del no creyente tras su muerte física. Los creyentes comparecerán ante el tribunal de Cristo para que sus obras sean juzgadas, mas no su salvación. Por otro lado, los no creyentes comparecerán ante el juicio del gran trono blanco para la condenación y separación eterna de todo bien de Dios.
El estado final de todos los hijos de Dios será en la tierra. Debido al primer Adán, fuimos separados del Edén; sin embargo, gracias a la obra del segundo Adán, Jesucristo, los hijos de Dios disfrutarán de un cielo y una tierra nueva en la cual no habrá muerte ni pecado. Se cumplirá aquella parte de la oración del Padre Nuestro en donde su voluntad será acatada tanto en el cielo como en la tierra por la eternidad.
Pasajes para estudiar: Ecl 3:11; Mt 10:28; 25:46; Lc 16:23; Jn 10:28-30; 2 Ts 1:6-10; Jud 7; Ap 20:10; 21:3-4
El cristiano es un ciudadano de dos mundos: uno temporal, del estado, y el otro eterno, el del reino de los cielos. Como hombre de Estado, ha de orar por los que gobiernan para que haya paz y respetará y obedecerá las leyes del estado, siempre y cuando las mismas no atenten contra la suprema ley de Dios. Porque toda autoridad constituida por Dios es delegada y su propósito es hacer cumplir lo que previamente estableció, por cuanto solo Dios es la autoridad y no el hombre.
Como ciudadano del reino, está llamado a servir a Dios, siendo testigo del Santo Evangelio en su casa, en su congregación, en su área de trabajo y a su prójimo en general. Los discípulos de Cristo tienen el deber sagrado de proclamar el mensaje del evangelio a todos los que estén a su alcance, comenzando en su hogar. Este debe vivir con conciencia de eternidad, es decir, que su deber principal es vivir para la gloria de Dios. Debe entender que es peregrino y extranjero de este lado de la historia, teniendo cuidado de no ser consumido por los placeres de esta vida temporal. Ha de cuidarse de no vivir angustiado por los infortunios del tiempo presente, ya que les aguarda la gloria venidera del estado de gloria del reino venidero en su estado consumado o eterno.
Pasajes para estudiar: Fil 3:20-21; 1 Tm 5:4-8; 2:1-3; Mt 5:14- 6; Ro 13:1-8; Dt 6:4-9; Mt 28:18-20
La iglesia es la consumación del pueblo profetizado que sería redimido por medio del Mesías, Ungido o el Cristo. Es el misterio de Cristo. Esta está compuesta por aquellos que Dios eligió por pura gracia y soberanamente desde antes de la fundación del mundo, para ser santos y sin mancha delante de él, en Cristo.
La iglesia es universal porque abarca a todos los redimidos de todos los tiempos, de todo linaje, de toda lengua, de todo pueblo y de toda nación, tanto de los que serían llamados a la fe de Israel como de los gentiles. También podemos hablar de la misma de manera local, al referirnos a ella como la comunidad de los santos que se congrega en un área geográfica determinada.
Únicamente el Espíritu Santo añade a la iglesia a los que han de ser salvos, quienes son llamados por medio de la regeneración para dar testimonio público de su
arrepentimiento y de su fe en Jesucristo mediante el acto del
bautismo. Solo Dios conoce el número de los santos, y podemos afirmar con certeza que ninguno de ellos se perderá.
La cabeza de la iglesia es Jesucristo, quien ha colocado pastores sobre su rebaño. El fundamento de esta es la palabra infalible de Dios: la Biblia. La iglesia existe para adorar a Dios, para discipular al rebaño de Jesucristo y para proclamar la luz del evangelio a un mundo en oscuridad, a fin de reunir a todos los santos predestinados a salvación antes de la segunda venida de Jesucristo.
Pasajes para estudiar: Ef 1:4-23; 3:1-6, 10; Ap 5:9-10; Mt 16:18-19; 28:19-20
La Iglesia forma parte de los dones de la obra de Jesucristo al descender para conquistar la cautividad. Pero también podemos hablar de los dones espirituales como de aquella gracia especial con la cual Dios Espíritu Santo capacita a la Iglesia para su obra en la tierra. Los dones son otorgados a quien él quiere y como él quiere, para la edificación del cuerpo de Cristo. Su propósito es facultar a la Iglesia para que esta pueda llevar a cabo la obra del ministerio que le ha sido delegada y para que los santos, mediante el buen uso de estos, puedan ser edificados.
Es importante destacar que la Biblia advierte que no toda manifestación espiritual procede de Dios. La obra principal del Espíritu Santo en la comunicación y ejercicio de los dones espirituales se centra en la edificación de la iglesia y en la salvación de los perdidos. La Biblia matiza que el Espíritu de Dios usó a los apóstoles en la comunicación del santo evangelio; no obstante, también señala que con ellos cesó toda revelación autorizada por Dios en las Escrituras. Por lo tanto, no existen nuevas revelaciones dadas por el Espíritu Santo; su obra, en cuanto a la Biblia, se centra en la iluminación de lo previamente revelado a los santos. Los creyentes han de cuidarse de cómo ejercen los dones, porque el propósito de estos es la exaltación o glorificación de la persona y obra de Jesucristo y no del individuo. Por consiguiente, los dones deben ser ejercitados en orden y para la gloria de Dios. La operación de estos tuvo mayor expresión durante el periodo posterior a la ascensión de Jesucristo y al inicio de la iglesia, porque servían al propósito de validar la autoridad delegada por Cristo a sus apóstoles y de ser parte de las señales antes del juicio contra Jerusalén.
Pasajes para estudiar: Sal 68; 1 Co 12:11-13; Ef 4:7-12; 1 Co 13:1-3; 1 Co 11:1-2; 1 Jn 4:1-3; Jn 16:8-14; 1 Co 14:39, Jud 1:3; Jl 2:28-32.
El bautismo es una de dos ordenanzas establecidas por nuestro Señor Jesucristo a su iglesia. Este representa el acto público de la confesión de los pecados y de la fe en Jesucristo del nuevo discípulo. También representa la unión de este con Cristo, en su muerte y en su resurrección de entre los muertos. El bautismo es un mandato de Dios a aquellos que profesan la fe, por consiguiente, constituye un acto de obediencia.
El Nuevo Testamento no enseña que el bautismo sea la sustitución de la ordenanza de la circuncisión de los hijos de Israel en el Antiguo Testamento. La Biblia no ordena el bautismo de los infantes ni presenta ejemplos concretos de esto. El propósito del bautismo no es la salvación del individuo, sino el testificar de la salvación de este. Nadie entra a la comunidad del pacto por el mismo, sino en virtud de la regeneración que conduce a la salvación, de la cual esta ordenanza testifica. Aunque la Biblia no testifica del bautismo de infantes, sí testifica acerca de la presentación de estos al Señor, así como de la responsabilidad de los padres de educarlos y confrontarlos con su necesidad de salvación.
El bautismo debe ser llevado a cabo por un ministro ordenado al ministerio y practicado por inmersión, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En la mayoría de las iglesias evangélicas, el bautismo es un requisito previo para gozar de los privilegios de la membresía de la iglesia local y de participar en la Cena del Señor.
Pasajes para estudiar: Mt 28:19; 3:6; 19:13-15; Hch 2:41-42; 8:35-38; 16:30-33; Ro 6:3-5; Col 2:12
La cena del Señor es una de las dos ordenanzas establecidas por nuestro Señor Jesucristo. Esta representa un acto conmemorativo en el que los discípulos de Jesucristo, al participar del pan y del fruto de la vid, celebran su vida, muerte y resurrección como pago por el rescate de sus vidas. Por otro lado, la Santa Cena es una proclamación de la esperanza de la Iglesia en la segunda venida de Jesucristo, en la cual todos sus discípulos serán reunidos para estar siempre con su Señor.
La presencia de Cristo no yace en los elementos utilizados en la cena, sino en la vida de sus discípulos y en su promesa de estar presente dondequiera que estos se congreguen en su nombre. En la cena del Señor se hace memoria de la redención, pero no constituye un acto de redención, porque Jesucristo ya pagó por todos los pecados de su pueblo una vez y para siempre.
Cada congregación tiene la libertad de participar en la cena del Señor cada vez que se reúna o cuando así lo disponga, pero no debe dejarse fuera del culto. Solo han de participar en la misma los creyentes profesantes y bautizados por inmersión como testimonio del arrepentimiento de sus pecados y de su entrega a Jesucristo en vida nueva. Esta debe ser administrada por los pastores que Dios ha dado a su iglesia y ser celebrada con conciencia de lo que ella representa para su pueblo, ya que, de lo contrario, la Biblia advierte del juicio o castigo de Dios sobre los que participan de la misma de manera indigna.
Pasajes para estudiar: Mt 26:26-30; Mr 14:22-25; Lc 22:14-22; 1 Co 11:23-30
La Biblia establece que Dios creó en seis días el mundo visible, pero señala que no finalizó su obra sino hasta el séptimo día, en el que reposó de toda la obra que hizo y que además lo santificó. La importancia de este último día no es comprendida por muchos. La razón por la que Dios debía ser adorado y el hombre debía descansar de su trabajo era porque la creación por decreto divino cumpliría su propósito, exaltaría su sabiduría, su poder y su gracia salvadora en Cristo. Es decir, que ni la caída del hombre y sus consecuencias, ni el diablo junto con todas las fuerzas del mal podrían obstaculizar la gloria de Dios en su creación. Dicho de manera clara y diáfana, Dios determinó todo cuanto habría de ser en el día séptimo.
La importancia del día de reposo se centra en la obra de redención que llevaría a cabo Jesucristo. Este sería constituido por Dios en el reposo verdadero para el pueblo que sería sacado del cautiverio de sus pecados y conducido por gracia a la paz con Dios. Quienes, por medio de la fe en Jesucristo, vendrían a ser justificados mediante la remisión efectuada por el derramamiento de su sangre a su favor.
La razón bíblica e histórica del porqué la iglesia sustituyó el sábado por el domingo como el día de reposo tiene su génesis en la celebración de la victoria de la resurrección de Jesucristo, como cumplimiento del plan de Dios. El día de reposo debe ser observado únicamente para la adoración y la devoción a Dios, y como día de descanso para el hombre, a fin de recordar que toda su vida depende, en última instancia, de lo que Dios predestinó en Jesucristo para alabanza de su gloria y beneficio de los que redimió.
Pasajes para estudiar: Gn 2:2-3; Ex 20:8-11; He 4:3-10; Hch 20:7; Ro 14:5-6; 1 Co 16:1-2
La mayordomía bíblica se origina en el hecho de que todo cuanto ha sido creado le pertenece al Creador y en que Dios gobierna soberanamente sobre su creación. Que este provee los recursos para la vida y subsistencia en su creación.
Las Escrituras enseñan que Dios colocó al hombre que creó a su imagen y semejanza como un virrey sobre su creación. Que ha este facultó Dios con autoridad para sojuzgar la tierra y ejercer dominio sobre la creación. De ahí que, el primer Adán fue constituido por Dios en mayordomo.
El hombre fue advertido desde el principio de que, al transgredir lo ordenado por Dios, moriría. La Biblia muestra que Dios señaló las consecuencias de su desobediencia, que vistió a Adán y Eva de pieles y que fueron expulsados del Huerto del Edén. No obstante, Dios no abrogó el señorío que había concedido a Adán, porque en su plan eterno estaba que un segundo Adán, Jesucristo, mediante su vida de obediencia y acto a favor del pueblo que Dios le dio, pudiera regresar al Huerto de Dios y disfrutar de la creación de Dios, viniendo este último a ser el soberano y Rey sobre toda su creación.
En un sentido práctico, todos los hombres debemos ejercer una buena mayordomía sobre los recursos que Dios nos provee, de los cuales el más valioso es la vida. Nada nos pertenece, todo es del Creador. Todos daremos cuentas al Señor de nuestra vida, familia, desempeño en el trabajo, uso de nuestras posesiones y de cómo nos comportamos en las diferentes relaciones. Los creyentes darán cuentas de su testimonio, del uso de los dones recibidos, de su servicio a otros y de su deber de proclamar fielmente el único mensaje de esperanza y, por lo tanto, de salvación al mundo.
Pasajes para estudiar: Gn 1:1,26-30; Sal 24:1; Pr 3:9-10; Mt 21:33-41; 25:21; Col 3:17,23-24; 1 Co 3:1-15
La Biblia enseña que agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Que Jesús constituyó y comisionó a su iglesia para hacer discípulos en todas las naciones. Que es deber y un privilegio de todo creyente dar a conocer las buenas nuevas de salvación. Pues, ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?
La evangelización es la proclamación del mandato de Dios a todos los hombres a arrepentirse de sus pecados y a tornarse a la fe en Jesucristo, como el único medio de salvación. Este llamado ha de comenzar a ser proclamado desde el hogar de cada creyente y ha de ser diseminado en la familia, trabajo, amistades y hasta donde el Señor Jesucristo lo permita.
La evangelización representa una de las principales responsabilidades y razones de la Iglesia de Jesucristo sobre la faz de la tierra. Es más que un programa eclesiástico a seguir; es un compromiso diario de buscar, en cada oportunidad que Dios nos brinda, hablarles a otros de la misericordia que Dios ha tenido para con nosotros y de su necesidad de salvación.
El avance o alcance de esta tarea está en la sola potestad de Dios, quien añade a su iglesia los que habrán de ser salvos para gloria de su nombre. Quienes se atribuyen o les atribuyen gloria a otros en la salvación de los perdidos no entienden la naturaleza caída del hombre ni cómo ellos mismos fueron alcanzados y pecan al reclamar gloria de algo que está fuera de su alcance.
Pasajes para estudiar: 1 Co 1:21; Ro 10:14; Mt 28:18-20; Hch 1:8; Ro 1:14-17; Ef 3:8; Col 1:25
Las misiones representan el mandato divino de llevar el mensaje del reino de Dios a toda lengua, pueblo y nación. Dicho de otra forma, representan el esfuerzo de una congregación o grupo de congregaciones organizadas para cumplir con la tarea de evangelizar el mundo. La Iglesia ha sido llamada a ser columna y baluarte de la verdad, así como mensajera de la multiforme sabiduría de Dios.
Las misiones representan el cumplimiento del avance del reino de Cristo antes de su segunda venida, ya que, después de ello, no habrá ninguna oportunidad de salvación. Aquellas iglesias que no se involucran en el establecimiento del reino de Dios y en la formación de nuevas iglesias no solo incumplen uno de sus deberes principales, sino que terminan conduciendo un programa de reuniones y servicios dirigidos a sus feligreses.
Es el deber de cada iglesia capacitar a hombres que anhelan el ministerio, que reúnen las cualidades de carácter, de conocimiento de las Escrituras y que poseen el don de la enseñanza, para ser enviados a hacer discípulos y establecer nuevas obras. Igualmente, es responsabilidad de cada creyente aportar al sostenimiento económico de aquellos hombres que, siendo llamados por Dios, se dedican fielmente a dicha labor ministerial.
Pasajes para estudiar: Sal 96:3; Mt 28:18-20; Hch 1:8; Ro 1:14-17; 10:10-15; Ef 3:9-10; 4:11-13; 2 Tm 2:4; Col 1:25
Desde la creación, es decir, desde el libro del Génesis, se observa en la Escritura el concepto del reino de Dios. La Biblia establece que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, con la encomienda de multiplicarse y el propósito de regir sobre la tierra en aras de la gloria del Creador. Sin embargo, la rebelión de este primer hombre condujo a que Dios lo expulsara del huerto de Edén, es decir, de su reino. Esta acción dejó a toda la humanidad fuera del reino, sumida en un estado de continua rebeldía contra la ley establecida por el Rey de la creación.
La Biblia enseña que, a partir de la caída del primer Adán, se establece que la humanidad quedaría dividida entre los hijos del segundo Adán, que nacería de la simiente de la mujer, y los hijos de la serpiente o Satanás, quienes serían dejados fuera del reino, debido a que nunca se someterían al Rey. Jesús es el segundo Adán, quien fue profetizado que vendría al mundo a salvar a un pueblo escogido por la gracia del Rey y, mediante su obra, restaurar el reino perdido a causa del pecado original.
Este segundo Adán satisfaría la justicia de Dios tanto mediante su vida como a través del sacrificio perfecto que llevaría a cabo en favor de aquellos que serían llamados a pertenecer al reino de Dios en virtud de la gracia de Dios Padre, la obra de Dios el Hijo y el llamado eficaz de Dios el Espíritu Santo. Dios predestinó convocar, por el puro afecto de su voluntad, a un pueblo que procedería en arrepentimiento ante Él por sus pecados y rebeliones y que creería, en virtud de la gracia salvadora, en Jesucristo, el segundo Adán, para ser salvos y restablecidos dentro del reino de Dios. Jesucristo retomaría toda la autoridad y el dominio perdidos por el primer Adán.
Finalmente, Jesucristo, luego de llamar a todos los predestinados a la gracia salvadora, juzgará a todos los rebeldes que fueron expulsados del reino de su Padre y llevará el reino de Dios a su estado de gloria eterna, para gloria de Dios y disfrute eterno de todos los llamados a salvación.
Pasajes para estudiar: Gn 1:26-28; Sal 2, 8, 22, 69, 110; Mt 25:34; 28:18-20; Hch 2:32-36; He 2:5-10; Ap 20-22
Desde la caída del primer hombre, se anuncia la venida de un segundo hombre que obedecería a Dios y que, por medio de él, muchos serían salvos. Este vendría a ser la Simiente sobre la cual muchas familias de la tierra heredarían por gracia la salvación. Este evento se acentúa en el Antiguo Testamento luego de que el pueblo de Israel se dividiera y fuera castigado por Dios por no obedecer sus preceptos y mandamientos. Es ahí donde los profetas destacan la importancia de la venida o llegada de un Rey que pudiera lograr que el pueblo se rindiera y viviese de acuerdo con los mandamientos de su Padre.
Es importante señalar y reconocer que en el Antiguo Testamento no se hace una distinción clara de qué eventos cumpliría el Mesías Príncipe en su primera venida y cuáles quedarían para ser cumplidos en una segunda venida. La realidad es que en el Antiguo Testamento todo parece suceder con la llegada del Mesías o Rey prometido para la salvación del pueblo de Dios.
El concepto de la segunda venida de Jesucristo se anuncia y se desarrolla en el Nuevo Testamento. En este se establece que en la primera venida, el Ungido tendría el propósito de cumplir con su obra redentora y de dar inicio al llamado de todos los santos al reino de su Padre. También se señala que volvería posteriormente en juicio contra Judá por violación del pacto mosaico dentro de la generación de sus apóstoles, al haber rechazado y condenado a muerte al Mesías que primeramente les fue anunciado.
Habiendo el Hijo llamado a salvación al pueblo que vino a redimir, se le permitirá a Satanás llevar a cabo su última hazaña, en la cual este engañará a las naciones y las indispondrá contra su iglesia o el pueblo redimido sobre la tierra antes de su segunda venida. Cuando este intente dar su ataque final contra la esposa del Cordero, Jesucristo aparecerá para proteger a su iglesia. La segunda venida será literal, visible y personal, en la cual Jesucristo traerá consigo a todos los santos que murieron desde el principio de la creación. Estos serán los primeros en resucitar de entre los muertos, es decir, recibirán un cuerpo incorruptible, semejante al de Jesucristo en su resurrección. Luego, los creyentes que hayan quedado hasta su venida serán transformados de la misma manera que aquellos y serán reunidos con sus hermanos en el aire, para así descender a la tierra con Cristo. La segunda venida dará paso al juicio del gran trono blanco, en el cual todos los muertos sin Cristo serán resucitados para ser juzgados y condenados al infierno junto con el diablo y los ángeles caídos. Los creyentes comparecerán ante el tribunal de Cristo para dar cuentas de sus obras. Finalmente, habrá un cielo y una tierra nuevos en los que los santos vivirán eternamente junto a su Señor.
Pasajes para estudiar: Gn 3:15, 1 Ts 4:13-18; Fil 3:21; 1 Co 15:51 -56; 2 Co 5:9-10; Ap 20:1-8
La Biblia enseña que debería haber mayor satisfacción para los hijos de Dios en dar que en recibir. Las Escrituras exponen que es un privilegio servir en el reino de Dios, así como aportar financieramente a dicha obra. Durante el ministerio de Jesucristo, encontramos diferentes ejemplos de personas que contribuyeron con sus recursos. Observamos que Jesús instruyó a sus apóstoles a confiar en la provisión de Dios cuando les envió a predicar, afirmando que “el obrero es digno de su salario o alimento”. Pablo asevera que aquellos que trabajan para el Señor tienen el derecho de recibir lo necesario para vivir. La Biblia expone que el que es enseñado en la Palabra debe hacer partícipe de toda cosa buena al que lo instruye. De modo que los diezmos y las ofrendas, traídas con gratitud ante Dios, sirven a dicho propósito.
No debería existir ninguna controversia en relación con los diezmos ordenados por Dios en el Antiguo Testamento, ya que estos fueron demandados como una aportación mínima a la obra de Dios a través del tabernáculo y para el sustento de la tribu de Levi, es decir, de las familias sacerdotales. Si Israel debía participar con alegría en dar para las cosas sagradas de Dios dentro del pacto mosaico o antiguo pacto, entonces, con cuánta mayor alegría deberían participar los santos que han sido llamados por la gracia de Dios en Cristo a ser partícipes del nuevo pacto en su sangre.
De la misma manera que aquellos en el pasado, la iglesia de Cristo es llamada a contribuir de corazón a la obra de Dios, aportando generosamente en su iglesia local. Todos los creyentes son llamados a participar en la obra del reino de Dios, no por imposición, sino generosamente, como cada uno se haya propuesto y con alegría de corazón, porque Dios ama al dador alegre.
Pasajes para estudiar: Lc 8:3; 10:7; Mt 10:9-10; 1 Tm 5.17-18; 1 Co 9:9-11; Gá 6:6; 2 Co 9:6-7
La libertad que Jesucristo vino a efectuar para todos aquellos que serían salvos en su primera venida tuvo dos objetivos principales: la libertad de la justa ira de Dios y la libertad de la esclavitud del pecado en la que estos se encontraban. La primera responde al castigo que merecen los hombres como resultado de su rebeldía y pecado ante un Dios santo. La segunda responde a la naturaleza corrupta con la que nacen todos los hombres como consecuencia directa del primer pecado.
La libertad que el evangelio de Cristo presenta es de naturaleza soteriológica, es decir, comprende la restauración de la relación del hombre con Dios y con su prójimo o semejante. En esta obra de redención, aquel que era esclavo, al ser redimido, pasa a ser de un nuevo dueño. El hombre rescatado por la gracia de Dios en Cristo pasa de ser esclavo del pecado a ser esclavo de Jesucristo. Este último es facultado por la gracia de su Redentor para someterse voluntariamente, sirviendo con alegría a su nuevo Amo. Por consiguiente, la libertad en Cristo no es una libertad para pensar o decidir como se quiera, sino que es una libertad para pensar, asentir y vivir de acuerdo con la voluntad de aquel que los compró a precio de sangre.
Pasajes para estudiar: Ro 6:16-18; 1 Co 6:20; 7:23; Gá 5:1,13; 1 P 2:16